02 diciembre 2010

Sandra 2 de 5


Sandra 2 de 5

...“Llora nena, llora, llora” resonaba en todo el parqueo. Encendió el carro y se despidió de mi por el retrovisor “¿Mañana en cuatro grados verdad?” me grito mientras se alejaba. Estaba tan perdido en mis pensamientos que casi olvido que era viernes en la tarde, excelente momento de la semana para planear a que fiestas ir o con que cuates malgastaras tu dinero comprado tequila, vodka, ron o lo que se tope en el supermercado. Empecé a caminar hacia donde había dejado el carro.

Ana no perdió ni un momento y me dijo “¿A dónde vas?”. Ya sabía sus intenciones, "Llévame a mi casa" sería el siguiente enunciado si no contestaba hábilmente para esquivarme la responsabilidad de ser taxista y llevarla. Y no es que me molestara hacerlo, era el hecho de que ella me recordaba a una chica que pisoteo mis sentimientos. Ana era una réplica física exacta de la chica a la que una vez le dije “Te amo y ya no se qué hacer sin ti”. Pobre iluso, un año atrás ingenuamente pensaba que el amor era un sentimiento bonito y puro.

Casaca el amor es una guerra, donde gana el más vivo y caradura. Donde pones tus mejores tácticas en práctica. En la guerra y en el amor todo se vale. Y si te dormís solo por unos segundos pasas a ser parte del grupo de los débiles, esos que no consiguen más que migajas. Te convertís literalmente en Mendigo de Amor.

Y no planeaba convertirme en eso otra vez, seria tropezar con la misma piedra. Así que le dije a Ana “Voy para zona 10” sabiendo que con ese cambio inesperado de ruta, seguro, me diría que en otra ocasión seria o algo por el estilo. Pues sabía de antemano que no tenía nada que ir a hacer a zona la 10, o eso era lo que creía.

“Me queda bien, no voy para mi casa, mi hermana y su novio están allá así que me queda bien”, pero como dije antes cuando no planeas nada, todo te sale a pedir de boca. “Está bien”, dije y empecé a buscar las llaves de mi destartalado regalo de graduación. Una promesa hecha a mis dieciséis años de edad y ahora que tenia dieciocho se veía materializada. Un Mitsubishi Colt del 85 era lo que me disponía a abrir con las llaves que hacía unos segundos había sacado de mi mochila.

Y no es que no me gustara, era más bien el deseo de tener otro carro y no precisamente ese. Hubiera querido tener ese hermoso Peugeot 307 negro que estaba enfrente del Colito que era como le decíamos en la familia al carrito de cariño. Tire mi mochila en el asiento trasero y cuando me disponía a meter la llave en el Estárter, por el vidrio trasero vi que un grupo de amigas se acercaban.

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